Este no es el parón que queríamos. Texto de Paula Bruna
Tantas veces he sentido el vértigo de una vida acelerada que me exigía producir, proyectar, gestionar, crear, comunicar, solicitar, innovar, estar al día profesionalmente (en mi caso, dos profesiones), adaptarme a horarios y plazos de entrega ajustadísimos y llegar a fin de mes; y a la vez mantener el contacto social y familiar, atender mi casa, cuidar mi cuerpo y mi mente y procurar asistir a los eventos culturales y de ocio que considero imperdibles. Y mientras haces todos estos malabares y cuadras la agenda, además uno debe recordar ser feliz (como decía mi profesora de baile, “ya os sabéis la coreografía, ahora os falta disfrutarla”).
Tantas veces, en esa vorágine, he deseado que el mundo parase para poder descansar, dar prioridad a lo importante en vez de a lo urgente y hacer las cosas a otro ritmo. Pero este no era el parón que pedía.
Tantas otras veces también hemos protestado por un sistema que consideramos injusto y destructor. Un sistema cuyo objetivo principal, el crecimiento ilimitado, es un oxímoron devastador. Un modelo social muy poco resiliente, extremadamente vulnerable a los graves conflictos ecológicos que él mismo genera. Un modelo para el que, incluso entre los que reconocen su inviabilidad, no se le encuentra alternativa porque su rigidez le impide modificar el rumbo; porque la globalización pisoteó otras maneras de vivir; porque mediante las políticas del miedo se encargó de inocularnos la idea de que, no solo es el menos malo de los modelos posibles, sino que cualquier otro nos conduciría a la barbarie, como si esta no estuviera ya presente en los campos de refugiados de Lesvos o entre los cartones del cajero de mi barrio. Tantas veces los que nos empeñamos en desvelar la ficción del capitalismo tardío y abrir puertas hacia otras maneras de convivencia (tanto entre humanos como con los no humanos y el conjunto de los sistemas ecológicos en los cuales vivimos) hemos deseado que el sistema parara. Pero no era este el parón que pedíamos.
El confinamiento ha puesto en jaque al sistema socioeconómico, pero también ha limitado enormemente las relaciones humanas. Me refiero tanto a las relaciones entre humanos como a las de los humanos con el resto de la naturaleza, que se han visto truncadas abruptamente, y relegadas al mínimo entorno casero (que no siempre es el familiar) de unos pocos metros cuadrados. Todo esto, en una sociedad que ya sufría de una gravísima alienación del mundo natural. Era necesario un mayor acercamiento físico al resto de la naturaleza con todos los sentidos, pero en cambio este estado de alarma ha agudizado la hegemonía de la visión en un mundo relegado a lo virtual. Pedíamos una convivencia, no un aislamiento.
En cuanto al funcionamiento del sistema, es cierto que queda seriamente tocado y que ha traído beneficios colaterales como la mejora de la calidad del aire de las ciudades. Pero sin un cuestionamiento de la causa última de los conflictos, sin un reconocimiento de nuestra vulnerabilidad como sociedad muy poco adaptable, y sin bajarse del pedestal de la hegemonía antropocéntrica con todo lo que eso conlleva; sin esa reflexión (que debe llevar a la acción), todo beneficio será temporal y rápidamente revertido tras la catástrofe. Y no está sucediendo tal reflexión, ni por asomo. Porque como ya hemos visto, incluso en este estado de crisis, la producción es lo último que se para, y llegamos a la paradoja de no poder subir a los terrados mientras que algunos están obligados a desplazarse en metro para ir a su trabajo donde, junto con quince personas más, diseñan la próxima campaña de ventas del producto de moda. No queríamos parches ni mejoras casuales, queríamos cambios conscientes y profundos.
Escucho en la radio hablar de la lucha contra el virus y no puedo evitar pensar en las luchas que se nos acumulan: la lucha contra la contaminación atmosférica, la lucha contra los plásticos, la lucha contra el clima (tal y como la proclama el Ayuntamiento de Barcelona), y ahora la lucha contra el virus (este virus, luego se nos podrán sumar más). Pero nos equivocamos de frente, porque la lucha debe de ser contra el sistema que potencia unos conflictos que su rigidez le impide soportar. Porque igual que el cambio climático o la contaminación por micro-plásticos, la crisis que nos trae este virus también tiene relación con el modelo de crecimiento ilimitado. Solo hay que pensar en el impacto que ha tenido en la propagación del virus el elevado tráfico global de personas y mercancías, tan necesario para que el círculo de producción y consumo no desacelere (sin mencionar las desigualdades sociales que deja al descubierto respecto al grado de afectación).
En fin, hay que ser positivos e intentar aprovechar lo bueno de la situación. Así que aprovecharé para conocer más a mis vecinos, comunicarme más con mi familia y amigos, pasarme horas contemplando el cielo y el paso del tiempo a través de él, ver películas y leer libros pendientes y disfrutar de organizarme mi tiempo como mejor me convenga. Ah, y acabar la tesis, claro. También disfrutaré del silencio y su ruptura por los aplausos colectivos y las canciones compartidas desde el balcón (algunas más que otras…). Pero que surfear la situación no nos ciegue. No nos conformemos con el mundo virtual; no nos convirtamos en seres con vidas relegadas a una silla y a una pantalla mientras seguimos consumiendo felizmente productos. O sea, no seamos como los humanos que habitaban la estación espacial Axioma en Wall-E, la película de Pixar. Vivamos este momento lo mejor posible, pero también añoremos el contacto presencial con nuestra familia expandida y con el resto de la naturaleza. Este no era el parón que habíamos pedido, así que sigamos trabajando por hacer posible otras maneras de convivencia menos hegemónicas, antropocéntricas y excluyentes; convivencias más respetuosas y conscientes de nuestras interdependencias, y más resilientes a los cambios y fluctuaciones del complejo sistema ecológico en el cual, por mucho que algunos lo sigan negando incluso ahora, vivimos y dependemos.
Barcelona, 19 de marzo de 2020
Texto de Paula Bruna sobre la situación derivada del COVID-19 desde su visión de la ecología política. Paula es artista en residencia en Hangar y miembro del equipo motor, junto con Agustín Ortiz Herrera y Carolina Jiménez, desde el cual se piensa –con otrxs– el programa Ficciones del des-orden.