Paratext #44 por Blanca del Río
Paratext #44
3 de octubre 2020
Por Blanca del Río
Con:
Michael Lawton (Beca de producción)
Julia Gorostidi (Estancia larga)
Francisca Trobok (Residencia internacional)
Paula Bruna (Estancia larga)
Me resulta imposible escribir este Paratext sin decir que estaba previsto para el pasado 25 de marzo. También siento que tengo que admitir que cuando llegó ese día y estaba en casa confinada, sentí alivio porque como tantas otras cosas, el evento se había suspendido. Y no es porque no recibiera con una gran alegría la invitación a escribir sobre las presentaciones de las residentes, todo lo contrario. Simplemente estaba aliviada porque había podido parar y el mundo lo hacía conmigo, por fin encontraba esa sintonía tan necesaria con mi alrededor. Esto no fue solamente una cosa personal, múltiples conversaciones con amigas a través de la pantalla durante aquellos días compartían este sentir: el mundo estaba yendo mucho más rápido de lo que estábamos pudiendo soportar.
Al igual que antes que comenzara todo esto, el despertador seguía programado para que sonara a las 8.00 h. Hice un gran esfuerzo por mantener unas rutinas básicas: levantarme a la misma hora entre semana, romper la mañana con un pedazo de fruta o comer sobre las 13.30 h lo mismo que hacía en el comedor del museo. También incorporé algunos hábitos nuevos como siestas cortitas de lunes a viernes y que continuaron hasta el final del verano. Y es que recordé que hace unos años, cuando pasé por un proceso de duelo, mi terapeuta me aconsejó que tener unas rutinas diarias me ayudarían a sostenerme. Volví a probar suerte y funcionó. Esta suspensión de la actividad también permitió que prestara atención a sensaciones a las que normalmente me cuesta atender por la urgencia del día a día o porque de forma inconsciente, las tapo. Entre los sentimientos de miedo, incertidumbre o tristeza en los que me movía aquellos días, el alivio me asaltaba con mucha frecuencia.
También he de reconocer que el trabajo en este contexto a veces me abruma y cada tanto, necesito esconderme. Como un animalillo cuando se siente amenazado por algo que desconoce. Así que la tranquilidad que sentí al comienzo del tiempo de encierro, creo que también venía de ahí. Esto es algo bastante común entre las que nos dedicamos a estos menesteres, pero parece que en muchas ocasiones nos cuesta reconocerlo públicamente.
No obstante, a pesar de todo lo dicho, decidí que había que salir, así que poco a poco y en los meses siguientes fui asomando la cabeza por algunos lugares. Uno de ellos fue al Paratext 44, a las presentaciones de Michael Lawton, Julia Gorostidi, Francisca Trobok y Paula Bruna. Me dirigí a Hangar acompañada de buenas amigas. En la sala Ricson hacía calor, la oscuridad bañaba la sala y a ratos resultaba un poco asfixiante en conjunción con la mascarilla. Así que con menos aforo del habitual y con las sillas a un metro de distancia, comenzaba el Paratext.
Creo que es importante reconstruir algunas situaciones que rodearon al evento y que se dieron durante aquellos meses. Al fin y al cabo cuando se pide un relato de las presentaciones de los trabajos de las artistas, se está pidiendo hacer un ejercicio de memoria que posteriormente será registrado a través de la escritura. Y resulta que cuando me pongo a escribir este texto no deja de asaltarme todo lo que me rodeaba aquel 25 de marzo. Recordar es una tarea que conlleva deshacerse de las exactitudes del pasado, es un tiempo impuro, en el que se puede imponer con fuerza una imagen concreta, un gesto insignificante o una palabra aparentemente aislada. Partes de un pasado que quiero rescatar porque lo que a priori puede parecer anecdótico, al registrarlo y atenderlo, puede tener mucha fuerza.
Así, el evento comenzaba con la sala iluminada con una proyección de las obras de Michael Lawton. Diez pinturas de gran formato que había realizado en Hangar durante su estancia de larga duración (mayo 2018-2020) y que aparecían llenas de color. La práctica de Lawton se sitúa entre dos lenguajes diferentes, entre la escritura y la pintura. Ambas prácticas parten por un lado, de acontecimientos o situaciones que tienen que ver con su entorno más cercano o también, son especulaciones sobre posibles escenarios. Todo ello es elaborado y traducido en el caso de la pintura, en composiciones abstractas, y en lo que respecta al ejercicio de la escritura, se trata de historias aparentemente cotidianas pero con un trasfondo oscuro o siniestro.
Lawton nos aclaró que cuando está pintando no piensa en el texto y viceversa, que ambas prácticas tienen sus propios límites: una obra (tanto la escritura como la pintura) son prácticas cerradas sobre sí mismas, son ellas mismas las que contienen el código de su propia interpretación. Y tensionar los bordes de cada una de ellas es algo que trata de hacer constantemente el artista. Le sucede cuando asocia determinadas palabras a la pintura o como cuando decide abordar la presentación para este Paratext mostrándonos los diez óleos realizados durante la residencia y leyéndonos capítulos alternos de un texto escrito también durante ese tiempo.
Julia Gorostidi en cambio nos mostraba fragmentos de una película todavía por terminar. Nos encontramos de nuevo con esta idea de que situaciones cotidianas pueden condicionar el devenir. Comenzaba relatando dos episodios de su niñez: interpretó a María Magdalena y a Paris, príncipe de Troya en dos representaciones teatrales en el colegio. Desde ese momento comenzó a sentir mucha preocupación por los modelos que nos habitan: la mujer como santa o prostituta y el hombre como héroe de guerra. Esta inquietud se agudizó cuando se quedó embarazada y pensó en la responsabilidad que tenía por mostrarle a su hijo modelos con diferentes parámetros. Decidió entonces realizar un viaje por el altiplano cundiboyacense colombiano en busca de mitos y leyendas muiscas que estuvieran protagonizados por otros arquetipos porque los que pueblan las historias occidentales a Gorostidi no le parecían suficientes. El relato del viaje lo mostró dividido en varias cápsulas protagonizadas por personajes relacionados con este pueblo y que le guiaron por este territorio: el oso, la gata o el viento, entre otros. Estos le contaron cuál era el papel de la mujer y constató que cada uno se la contaba de manera diferente.
Los muiscas nunca desarrollaron la escritura por lo que las fuentes que se suelen manejar son las contenidas en las crónicas de los colonizadores o en los registros oficiales. Pero sí existe una larga tradición oral en la que circulan los mitos, las deidades o la cosmogonía y que se han trasladado de generación en generación. Una memoria viva y cambiante, pero que tal y como nos señalaba la artista, nos hablaba también de cada uno de los que la relataba.
El ritmo del evento cambió con la presentación de Francisca Trobok, residente internacional de estancia corta. Su práctica es multidisciplinar, a través de diferentes lenguajes escénicos explora cuestiones relacionadas con la identidad y con el cuerpo, que materializa en piezas sonoras y de video, en performance o collages, entre otros muchos formatos. Esta hibridación y desbordamientos metodológicos se pusieron de manifiesto en la presentación. Nos presentó el Proyecto Machona. Viajes desviados. La Machona es un personaje de la danza Caporal, una danza boliviana y que Trobok practica desde hace años. Este personaje encarnado por la artista se presentaba en el lado derecho de la sala proyectado en un video en el que se recogían imágenes de su proceso de trabajo. En el otro lado también y a la izquierda de la habitación, la propia artista ponía el cuerpo para relatarnos las capas que conforman a este personaje: la primera de ellas, el cuerpo. Pero se trata de un cuerpo inestable, frágil pero vibrante. En la segunda, La Machona también construye un hábitat, constituido a modo de red, conectado. La tercera capa del mundo de este personaje es el sonido, con un elemento como protagonista, el cascabel, que hace que nunca pase desapercibida. Por último, la Machona tiene un lenguaje, en el que el dígrafo ch constituye el centro de su lengua y alrededor del cual la artista construyó una poesía con la que terminó la presentación. En definitiva, La Machona es una investigación encarnada, que viene a romper y a transgredir las normas de la representación heteronormativa.
Cuando estaba terminando este texto me encontré con otro de Paula Bruna, última artista que se presentó en este Paratext y que fue publicado también en la página de Hangar el pasado 19 de marzo. Se titulaba: Este no era el parón que queríamos y en él encontré un sentir muy parecido al que planteo al inicio de este texto. Una necesidad de detenernos ante el ritmo frenético al que estábamos sometidos. También planteaba que muchas queríamos un parón, aunque no de este tipo. Ahora, meses más tarde, estamos en una situación diferente. El parón total -de momento- ha terminado y nos encontramos con más o menos la misma angustia, más hartazgo y desgastadas. También con la capacidad cada vez más mermada de imaginarnos en un futuro que sea un poco mejor.
Paula Bruna no pudo acompañarnos en la presentación así que mandó un video que visualizamos al final del Paratext. El paso de la artista por Hangar viene de largo, llegó en 2017 por un plazo corto de tiempo y después volvió en 2018 para una residencia de larga duración y que finalizó en 2020. Durante su estancia en este centro observó cómo una rama crecía por una tapia frente de su estudio y a través de ésta nos fue relatando el paso del tiempo. Su andadura en el espacio comenzó con su proyecto de investigación Plantoceno, que se refiere una época geológica ficcionada en la que prima el punto de vista de las plantas sobre el del ser humano. Sumergirse en este proyecto significa situarnos en otro lugar, salirnos de nuestra centralidad hegemónica. Y esto es lo que practicó la artista durante su residencia: creó procesos orgánicos que observó muy de cerca. También nos habló del taller Ecoficciones, dentro del programa más extenso, Ficciones del des-orden. Se refirió también, a todos los compañeros humanas y no humanas con los que estuvo en contacto: arañas, ratones o las palomas que asomaban por las ventanas de su estudio y que durante el confinamiento pudieron campar a sus anchas por Hangar. También el moho fruto de la humedad del edificio, o a las plantas que no se podaron y que me recordaron también a mis canas que crecieron sin restricciones durante aquellos meses o a mis uñas por debajo de la pintura semipermanente que no conseguí quitar.
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