Paratext #54 por Marc Vives

Paratext #54
30 de junio 2021
Por Marc Vives

Con:
Magdalena Orellana (Beca de intercambio Summer Sessions)
Matics (Colectivo en residencia)
Mayra vom Brocke (Bienal de Arte Joven de Buenos Aires)
Ce Quimera & Gaia Leandra (Colectivo en residencia Wetlab)

Diario de fiesta: Menos palabras y más sílabas

Voy a proponer una escritura directa, redundante, aburrida, quizá muy aburrida. Va a ser algo que en realidad podrías leer desde el móvil. Quizá son unas frases que no te van a proyectar a un lugar de la evocación. Sin embargo si van a tratar que visualices y sientas el espacio del que quiero hablaros que en realidad es un espacio completamente ficcional. Es un espacio relacional, un espacio que se crea a partir de las personas que están.

Son las seis menos cuarto de la tarde, pero parece una sesión de after en la que la gente recién duchada o recién follada va llegando de diversos lugares, a cuenta gotas, y se va ubicando de manera tensionada cerca de la puerta de lo que podría parecer un club. Algunas de dos en dos beben cerveza de lata apoyadas contra una pared, otras hablan entre sí mientras reposan sus nalgas en el respaldo de un banco, otras tardan más de lo normal en candar una bicicleta, algunas salen de puertas contiguas como si vivieran ahí, como si todo estuviera conectado pero desde el exterior. Ha pasado San Juan y podríamos pensar que el universo se ha roto y llega un nuevo origen. Quien no ha llegado a tiempo probablemente es que no quiere asistir a la cita. Nada indica que se deba retrasar el inicio. Hay una red de cruces furtivos entre todas esas álguienes. Intercambios inocuos de palabras, que bien podrían sustituirse por sonidos silábicos o ruidos. Pero son construcciones más o menos habituales, faq. En realidad estamos reificando un acto social. Hay algo de miedo. Estamos realizando ejercicios de ubicación, tratando de separar aquello de lo que venimos a aquello a lo que vamos. Si no se realiza un calentamiento para una tarea concreta es que esa tarea no tiene un valor intrínseco y se trata más bien de una parte de la secuencia para obtener una tercera cosa. ¿Por qué cada acción no puede tener su propia entidad? Otra alguien en la entrada del local nos invita a ir con un gesto de brazo, un movimiento mágico repetido tres veces, como articulando antes de saltar a una piscina. En la puerta una vez más chequeando cromos repetidos. ¿Qué tal? ¿Qué tal? No es la hora pero ya estamos dentro, después de atravesar dos puertas enormes con enormes tiradores de nevera industrial. Sala Ricson se llama, y tiene todas sus superfícies pintadas de negro. Algunas encendemos los móviles para ver, y aunque dentro la oscuridad no es completa parece una reunión de vampires. Se estaba haciendo difícil sostener todo el contacto visual a la luz del sol.  Las sillas en las casillas del movimiento del caballo. Las caras todas conocidas pero ocultas con una anti antifaz, ocultas de ojos hacia abajo como los que se asoman desde un plano de flotación. Ahora ya en la distancia, la mímica de una protoconversación. Es extraño cómo vamos creando una especie de coreografía donde los elementos simbólicos o no están o no se reconocen. Entonces aparece la palabra de manera frontal y unívoca y muchas encuentran ahí su escudo protector. En ese mismo lugar sin invocar a la nostalgia traigo de otro tiempo rituales en los cuales la palabra no nos abastecía. El relato se basaba en los cuerpos y en la relación entre ellos. De cada una de esas fiestas que eran en sí mundos, se proponían realidades siempre distintas. Desde esas realidades se habrían brechas desde las cuales dibujar de nuevo un lunes, un nuevo martes y un nuevo miércoles, …

Recuerdo aquella vez que después de tomar varios chupitos de tequila metí la mano en el bolsillo, en un bolsillo cualquiera de cualquier ente y había 1 gramo de M. Ese día igual que muchos en la sala Rickson las cosas sucedían sin ni siquiera nombrarlas. Los cuerpos se fundían, éramos uno o uno. Recuerdo una vez incluso que perdí mi forma humana y me señalaban diciendo “un armadillo”. El tropo armadillo no define en absoluto lo que está pasando allí pero funciona a modo de llamada, de hechizo para volverlo a hacer aparecer. El armadillo no era otra cosa que mi amorfidad en el suelo de rodillas con los brazos estirados hacia delante y con toda la ropa que llevaba puesta a medio quitar. Es decir, pero mostrando mi espalda con dos alitas peludas y tapando mi cabeza y el vacío entre los brazos. Supongo que era de lo más llamativo en esa anti forma. Alguien dijo “armadillo” como podría haber dicho “avispa”. En realidad en este caso la palabra no ejercía un poder sobre la situación. Lo que hacía era simplemente establecer un apelativo por el cual seguir poniendo a prueba la realidad.

Bajar algo suelo era de alguna manera como conectar con un interior. Con un interior que en realidad era el mismo interior de la sala Ricson y eran dos interiores conectados entre sí. La concavidad que sentía se expandía hacia el espacio original. Mi torso era el techo y la oquedad de mis muslos y  mis brazos se convertían en las paredes que contenían esa misma situación de la que éramos participes.

Como si de una maqueta se tratara. La maqueta del espacio dentro del espacio. Como de aquel episodio de la ochentera “Hammer House Of Mystery And Suspense” en la cual una familia queda atrapada en su propio hogar, huyen de la pesadilla de una gran coorporación y huyen de un líquido viscoso de color verde. Cuando todo se trataba de una casa de muñecas de una niña en un momento en el futuro y el moco que en realidad era una chocolatina,  dejada ahí por accidente, que se estaba deshaciendo sobre el tejado. La maqueta que crece dentro del espacio queda atrapada dentro, en una escala casi 1:1. Y entonces cualquiera o yo mismo, me convertí en espacio. Y esa es la puta frase a partir de la que podemos pensarlo todo. “Mi cuerpo se convierte en espacio”.

Ese espacio que es cuerpo circundado es el lugar donde vamos a pasar dos horas, donde queremos pasar la noche, el que vamos a acompañar por la mañana huyendo furtivo hacia otro lugar. El espacio que abraza cada cual entre sus extremidades es el espacio compartido que estamos habitando. Se sostiene, en cierta medida, en la pérdida de aquello individual, en la voluntad de difuminar los márgenes entre lo mío y lo otro. Mediado por gestos, por movimientos por bailes, por músicas, por sonidos, por la oscuridad, por los graves del drone. Cuando entramos en la Ricson sabíamos perfectamente que nos poníamos pardes con la oscuridad: que ya no éramos artistes, gestores, comisaries, directores, no había ningún tipo de rango entre nosotras, solo estaba el movimiento. Y estaba el suelo, horizontal, al que podíamos acudir en cualquier momento cuando la vertical peligraba, y  arquear la espalda, ser espacio y volver a empezar. 

No hay pensamiento sin palabra. Y una mierda. El lenguaje funda la comunidad. Y una mierda.

Volvemos a hoy, entrando ahora mismo a la Ricson y colocándome en una silla estratégicamente separada de todo y preparado para una experiencia mediada por blablabeo. Cuando nadie de las que allí estaban para presentar lo suyo necesitan cortapisas ni almizcles discursivos. Todo parte del hacer, de los verbos que convocan a la acción y es un torrente, y solo se puede hacer con ellas o estar con aquello que han hecho cuerpo a cuerpo. En esa situación todas proponían abandonar deliberadamente los ejes espaciales, la línea del tiempo, los límites físicos o el decoro. La teoría del encuentro no es mala, “vamos a juntar a aquellas que no se habrían juntado”. Pero hay que detectar por donde se coló lo normativo y erradicarlo. Lo que ni siquiera estuvo antes ahí, que no controle nuestros espacios de interacción. Entrar en lugares que no organicen nuestras presencias transformándonos en seres comunes y de decepcionante previsibilidad. Y no es eso lo que buscamos sino la rareza de los atributos, ser distintes y volverse luego indistinguibles en parte. Orgiar en una esquina y contemplar el resto de la sala vacía y estirarme para poder alcanzar y abrir la puerta a alguien más, otro cuerpo extraño. Nos derretimos conservando ojos y orejas, en una desnudez impropia.

Y se acabó la reunión y después fueron llegando algunas latas de cerveza, tomadas prácticamente delante de la máquina dispensadora de cervezas donde podría ser el lugar para iniciar la mutación. Pero ahí volvemos a nuestras pequeñas comunidades, cada cual con las suyas y a no vencer la timidez de dejarse tocar el otro. Yo vengo, tú vienes literalmente a convertirte en otra persona o que la otra persona te absorba, aunque suene un poco extraterrestre. En el fondo hay algo de jugársela a un tipo de relación que no conocemos que es experimental y que es completamente nueva. Que no sabemos cómo va a funcionar que no se ha probado antes. En ese sentido todas esas artistas se la juegan en un aspecto u otro de esta realidad. Y cómo esa realidad no es algo preexistente jugamos en la creación de prototipos que no precisan ser todavía texteados.

Este texto, de ninguna manera, puede acabar sin una invocación, un sortilegio, para volver a empezar. ¿Hace falta una palabra para esto?

Categorias: Relatorías Paratext |

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